Archivo por meses: noviembre 2013

Invictus reloaded.

Como la mayoría de la gente, no suelo leer toda la parrafada que aparece en la pantalla del ordenador del trabajo al encenderlo. Al principio, cuando la pusieron, todos la leímos, aunque hay que decir que sólo impresionaba a unos pocos, quizá a los más pusilánimes o a los más nuevos. Ahora, mientras se enciende y se van cargando los programas solemos aprovechar para comentar otro tipo de cosas (los lunes, el Athletic, los martes, la minifalda de la auditora; los miércoles, … los miércoles somos todos un poco náufragos en medio del proceloso mar de la semana laboral;  los jueves, si no hay más, el tiempo y los viernes, … los viernes el tradicional «por fin es viernes», que en U.S.A. dicen «Thanks God It`s Friday», yo se lo oí a Hermida una vez)

Matrix, the film

Matrix, the film

La cuestión es que hoy, que estaba un poco afónico y, además, no había auditoras a la vista, me ha dado por releer el mensaje de intimidante bienvenida del ordenador. Viene a decir que el sistema es para uso exclusivamente profesional, que se registrará toda (toda!) la actividad del mismo, que es propiedad de la empresa, que se puede hacer copia de todo («por su seguridad», ¿qué genio inventó ese argumento?, si no lo patentó hizo, claramente, el canelo), que se puede acceder a archivos «respetando el derecho a la intimidad» para comprobar el mentado buen uso, que nada de descargar programas, que el correo es sólo para cuestiones de trabajo, etc. He sentido una punzada en la boca del estómago, ¿será posible que cuando furtivamente y con un punto de ansiedad compruebo las estadísticas de lectura de mi blog me esté jugando un apercibimiento, un día sin sueldo o acaso cien latigazos en cubierta?

Bien, no puedo ser tan cínico como para decir que me parecen mal esas prevenciones legales, no es eso. Pero he pensado que tal vez seríamos un poco menos infelices si en vez de saber que el ordenador nos recibe con todas esas bienintencionadas admoniciones pudiéramos leer todas las mañanas algo así:

Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses, si existen,
por mi alma invicta.

Caído en las garras de la circunstancia,
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.

Más allá de este lugar de lágrimas
e ira 
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años,
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el dueño de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

W. E. Henley escribió este poema en 1875 y, dice la Wikipedia, titularlo Invictus fue una excelente idea de Arthur Quiller-Couch al incluir este texto en el Oxford Book of English Verse. Por lo visto Henley no fue un tipo con muy buena suerte. A los doce años tuvo una tuberculosis que le afectó a los huesos y hubieron de amputarle una pierna por debajo de la rodilla. Posteriormente, logró aprobar el acceso a la Universidad de Oxford y dicen que tuvo una vida activa (no está claro a qué  se refieren mis exiguas fuentes con esta expresión) Murió a los 53 años. Además de pervivir por su obra, también lo hace por haber inspirado a su amigo Robert Louis Stevenson el inmortal pirata cojo John Silver el Largo, en «La Isla del Tesoro».

Supongo que como otros muchos, yo conocí el poema «Invictus» por la película del mismo nombre. La película se basa en el libro «Playing the enemy» («El factor humano») de John Carlin, uno de los periodistas que mejor uso hace del humor al hablar de deporte y política y del que acabo de saber, gracias a la exhaustiva labor de documentación que precede cada una de mis entradas, que tiene madre española, lo cual explica muchas cosas de las que ya hablaremos en otro momento. La película viene a narrar cómo Nelson Mandela, tras muchos años de encierro, logra ser elegido Presidente de Sudáfrica y cómo trabaja en pro de la unidad del país y de la superación de las atroces cicatrices que el régimen del Apartheid había dejado en aquella Sociedad.

Gran Vía (c) JR

Gran Vía (c) JR

Uno de los símbolos con los que trabaja Mandela en con la selección nacional de rugby, los «Springbooks», que hasta entonces habían representado sólo a la población blanca. Él aprovecha la celebración en Sudáfrica de la Copa del Mundo de Rugby en 1995 para volcarse en el apoyo al equipo y conseguir que todo el país lo acabe sintiendo como algo propio. Mandela (que podría representar a Morgan Freeman si alguna vez se hace un biopic sobre el actor) se entrevista en varias ocasiones con el capitán de la selección y en una de ellas, como motivación, le lee el poema «Invictus», que él había tenido como lectura prácticamente diaria durante sus 27 años de prisión.

En realidad, parece ser que es uno de esos trucos que utiliza la gente ésta que se dedica a hacer cine, ya que lo que realmente entregó Madiba a François Pienaar (por lo demás, un tipo algo menos resultón que Matt Damon) fue un fragmento de un discurso de Theodore Roosevelt, «Man in the arena» el cual enlazo en el propio título. Entre otras cosas, ese discurso dice que «el reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre» No habla de las mujeres, pero ello se debe únicamente a que la corrección idiomática de género es algo posterior al citado Roosevelt; en cuestiones de valor, desde luego, ninguna mujer es menos que un hombre.

El truco de Clint Eastwood, y aunque él no lo sepa, goza de mi beneplácito porque aunque el sentido es el mismo, el poema de Henley es aún más emotivo. Lo he leído en inglés y, desde luego, no podría entenderlo en esa lengua, pero creo que quienes puedan hacerlo no deben dejar pasar la oportunidad. Sólo copio aquí la última estrofa, pero también en ella está el enlace para la versión original:

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.

John Silver el Largo tendría hoy serias dificultades para muchas cosas: le sería, sin duda, difícil encender un ordenador y tramitar sus vacaciones en el portal del empleado, pero además, probablemente vería pocas similitudes entre el sano ambiente de un barco pirata infestado de honestos delincuentes navegando rumbo a Isla Tortuga y el atolondrado ir y venir, subir y bajar y entrar y salir que sin saber muy bien a dónde nos lleva, sin embargo a menudo nos rodea.

Por eso, yo voto por que diariamente nuestros ordenadores dejen sugerirnos cansinamente que tal vez  nos la estemos jugando por pensar, como decíamos en el patio de la guardería, que «todo es de todos» y, en cambio, nos recuerden en voz baja cada mañana que somos los dueños de nuestro destino, los capitanes de nuestras almas.

[P.S. Una excusatio non petita:

Ni todo lo que aquí se cuenta es por completo cierto, ni muchas de las cosas responden a la literalidad de lo que parecen. Sucede como con los trucos de los guionistas de cine, en realidad no se trata tanto de contar lo que pasa sino de crear una sensación o incluso una emoción en el interior de quien lee. 

Por lo demás, y no siendo amigo de las dedicatorias, diré que esta entrada va a la salud de la buen* gente que trabaja conmigo.

Esta entrada, como otras, también se acoge a la primera enmienda de la Constitución, esta vez, sudafricana.]

Volver es viajar

Mientras esperaba a que saliera el recibo del pago con tarjeta cogí dos caramelos, buscando que al menos uno fuera de menta. Guardé los dos en el bolsillo porque no tenía intención de comerlos, ni en ese momento, ni más adelante. Es un pequeño homenaje a la memoria de cosas que ya no pasan. Cuando mi padre me llevaba a cortarme el pelo junto al río Gobelas, siempre me ofrecían caramelos. Mi padre hablaba con familiaridad a los peluqueros, con la familiaridad que yo entonces atribuía a todo trato entre personas adultas. El corte de pelo, siempre igual, con raya a un lado, se me hacía eterno mirando los espejos, los frascos y los peines sobre las repisas. Con algún año más, pensaba que en algún momento, elegiré otro corte diferente, quizá alguno que me dejara como cuando estaba a medio cortar, con el pelo húmedo, así me veía bien.

Azotea CBA (c) JR

Azotea CBA (c) JR

Es un pensamiento recurrente que me acompaña en cada visita a la peluquería, y me pasa también aunque tenga prisa porque me voy a pasar el fin de semana fuera. Con el tiempo y mucha concentración he logrado contestar de manera diferente a la pregunta de cómo quiero el corte. Suelo decir «no, con raya no, hacia atrás tampoco» (qué horror!) y vengo a decir algo así como «un poco más corto por los lados y por arriba (pausa y gesto indefinido con la mano sobre la cabeza) …» y una peluquera dice «¿revuelto?», otra sugiere «¿como despeinado?» y alguno propone «¿informal?» y yo siempre contesto que sí porque, la verdad, soy de esos que casi siempre dicen que sí. Luego, cuando acaban y ponen el espejo por detrás para que vea cómo ha quedado, yo pongo cara de aprobación, aunque por dentro nunca me termine de gustar y más cuando ya no hay duda de que esa claridad que abre en la coronilla no es un defecto de peinado ni algo que se pueda olvidar; no: es una realidad emergente o, más bien, claramente emergida. También el viernes pensé en las mismas cosas mientras hacía cálculos sobre  lo máximo que podían tardar en cortarme para no llegar apurado al autobús, no me gusta tener el tiempo muy justo cuando voy de viaje (puede ser cosa de familia, o tal vez de carácter, o a lo mejor las dos cosas son los mismo) Sigue leyendo

Autovía

Detrás de los árboles (c) JR

Detrás (c) JR

 

Tuvimos suerte y nos dieron mesa junto al ventanal.

Desde allí se veía la autovía que atraviesa el valle. En un momento dado, pregunté «¿qué crees tú que están pensando los que van en esos coches?, ¿qué irán a hacer?».  Me respondió que nunca se había hecho esas preguntas y siguió comiendo tranquilamente, como si nada importante hubiera ocurrido.

Perplejo, empecé a pensar si es posible que haya gente a la que no le interese la parte invisible de lo que se ve.

Heridas sin dolor.

¿Cuál es el instante más largo? Es el momento previo en el que sabes lo que va a suceder pero aún no ha pasado: la parábola que describe el balón de baloncesto antes de llegar a canasta, el mordisco de la manzana que duda y finalmente no se queda obturando la garganta o la certeza de que vas a abrir la boca y dejar de representar un papel para romper una convención y decir algo molesto.

Algunas veces uno se resbala y es consciente de que se va a caer y de que antes de tener la posibilidad de recuperar la verticalidad, tiene que terminar de caer y darse un golpe con el suelo y hacerse las heridas que el rozamiento del impacto provoca. 

Pero las heridas que estas caídas pueden provocar no duelen, porque se sabe que  son sólo unos rasguños que no tardarán en curarse. Esas heridas son casi hasta de agradecer: ¿soy yo el único no ha sentido envidia de alguien con muletas por culpa de un esguince o una pequeña rotura?. Son cosas nada más que para un rato, para unos pocos días hasta volver a la vida normal. Durante un breve período de tiempo son una preocupación que ahuyenta a las demás y que viene con fecha cierta de caducidad.

Más dura será la caída (c) JR

Sitios de donde caer (c) JR

Por eso, cuando hace unos días resbalé y me caí intentando hacer una foto sólo me sentí ridículo durante el tiempo que tardé en levantarme disimulando el dolor. Me incorporé, recompuse la figura y saqué la foto de mi hija. Y me dí cuenta de la intensidad que suponía haber vivido uno de esos «instantes más largos». Al resbalar solté el caramelo que llevaba en la mano metida en el bolsillo (ya no apareció más) y ordené mentalmente a mis pies que buscaran un nuevo apoyo. Sin embargo, pasó esa décima de segundo en la que tenían que haberlo logrado y no lo hicieron. Supe que me iba a caer antes de empezar a dar con los huesos en el suelo y sí, diría que ese breve tiempo fue emocionante, tal vez por lo poco habitual de la situación. Sigue leyendo